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Publicado por atleticomarbella. Relatado por Juan Antonio Aparicio.
Desenlace trágico de Agustín Perdomo.
A las ocho de la mañana, de un día de finales de septiembre entraba en el quirófano del Sanatorio Gálvez. La noche antes de la operación me decía Agustín con ilusión y fe: “Mister” qué ganas tengo de vermo
si esto, refiriéndose a la bolsa de la ostomía. En verdad yo quiero creer que es una de las terapias más infames y penosas que pueda sufrir un enfermo. La vida, a través del tiempo me hizo conocer este
sistema en otros casos de familiares y amigos. Las cuatro horas de intervención quirúrgica se nos hicieron eternas por aquellos pasillos del sanatorio y en especial por el que daba acceso a la sala de operaciones.
Aún me parece que lo estoy viviendo. Cuando al fondo del pasillo se abrió la puerta del quirófano, de ella salía el Doctor Oliva con su bata blanca, avanzando lento hacia nosotros con su gesto dulce. Un impulso fuerte irrumpió en mí. Corrí hacia el doctor para preguntarle cómo había ido todo. Pero no me dio tiempo. Don Horacio Oliva se abrazó a mí al tiempo que me decía en voz baja:
“Aparicio he llegado con mis manos hasta el corazón buscando el final de la raíz”. Padece una inundación totalmente generalizada. No se puede hacer nada. Solo nos queda pedir a Dios su misericordia.
Sería inenarrable poder contar aquellos momentos. Prefiero no intentar plasmarlos. A veces en la vida es mejor cerrar los ojos.
No obstante sí quiere referirme superficialmente al que quizás fuera
el momento más duro para mí. Ocurrió cuando- al volver en sí de la anestesia- tuve que mentir a Perdomo para poder explicarle misericordiosamente, que la ostomía precisaba de una sencilla operación que le realizarían cuando cicatrizasen los efectos de la intervención de ahora.
Quizás éste, sea uno de los comportamientos más duros que he tenido en mi vida.
Tras recuperarse de los efectos de la inútil operación realizada en el Sanatorio Gálvez, nos centramos en su recuperación general para fortalecerle en lo posible su deplorable estado físico y anímico que presentaba.
Un día a mediados de octubre, despedíamos a Perdomo en el aeropuerto de Málaga. Partía para siempre a la isla que lo vio nacer….
Era el momento del retorno a su tierra natal, de la que vino un día a Málaga cargado de es especiales ilusiones.
Poco más de un año después, dejaba de existir en su casa de Las Palmas de Gran Canaria. Ocurrió un fin de semana. Teníamos partido como era natural. Ello nos imposibilitó poder desplazarnos a sus funerales, como así hubiese sido de nuestro gusto.
Transcurrieron unos años- quizás más de la cuenta- para que un día me decidiera ir por primera vez a Las Palmas, a ponerle flores sobre la tumba.
Su hermano Tomás me llevó en su coche a aquel lejano cementerio. Allí en un nicho envejecido, yacían sus restos. En el epitafio se leía:
“A PERDOMO DEL CD MÁLAGA” (PROPIEDAD PERPETUA).
ASÍ POR SIEMPRE, DESCANSE EN PAZ.
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