NOTA DE PRENSA:
FUENTE: La Opinión de Málaga
Rafael M. Guerra 11.10.2011
Bernardi vive en una coqueta casa de campo. En Benajarafe. Es el retiro soñado para un perchelero de corazón, casado con María, padre de siete hijos, abuelo de 18 nietos y con tres biznietos y un cuarto en camino. Bernardo Narváez González (Málaga, 6 de diciembre de 1935) habla mirando hacia la mar, serena, calmada, como un plato ayer al mediodía, al fondo. La Axarquía le queda al Este, y hacia allí señala, a sus montañas que limitan con Granada, con su inseparable purito entre los dedos, mientras los ojos se le encharcan por la emoción.
Más de 400 partidos, entre el CD Málaga –324– y sus filiales, El Rosaleda y el Atlético Malagueño, le contemplan. «Y goles de todos los colores», como dice él. Pero Bernardi, desde este año, ha dejado de tener el abono que el club le ha regalado anualmente. Lo hace desde hace 40 años, unos pocos después de que se retirara y disputara su partido homenaje en La Rosaleda, el 29 de agosto de 1965, ante el Recreativo de Huelva.
Américo (Juanito); Piquer, Vázquez, Portalés, Chuzo, Garay; Aragón (Otiñano), Casco, Bodago, Martínez y Bernardi (Berruezo). Ése fue el último equipo malaguista en el que jugó. Aún conserva esa camiseta, con el once.
El club ha tenido esa deferencia con él y con todos los jugadores que vivieron el accidente aéreo que sufrió el equipo el 29 de septiembre de 1956 antes de aterrizar en el aeropuerto de Santa Cruz de Tenerife. No hubo víctimas en la expedición e incluso el partido se disputó varios días después. La vuelta se hizo la siguiente semana, en el petrolero «Victoria».
A todos ellos se les fue regalando, temporada tras temporada, abonos. Muchos ya han perdido la vida y otros residen fuera de Málaga. Así que Bernardi ha sido, junto a Diego Rodríguez Coco y Gonzalo Borredá, los tres únicos que han disfrutado de ese privilegio los últimos años. Hasta esta campaña 2011/12, en la que los tres exmalaguistas, tres leyendas vivas de la historia de nuestro fútbol, se han quedado sin su preciado regalo.
A Bernardi le sonroja hablar de ello. No quiere sacar el tema, pasa de puntillas. «Seguro que habrá sido un malentendido», trata de excusar. Es mucho lo que le ha dado al club. Y el sentimiento es recíproco. A sus 75 años, Bernardi, en su refugio, alejado de la capital, del ruido, sigue viendo la vida de color blanquiazul. «No te puedes hacer a la idea el grito que di cuando marcó Baptista contra el Getafe», relata.
María, su mujer, que va y viene, que no para en sus tareas domésticas, asiente con la cabeza. El único «pero» es que esa alegría, ese salto en su asiento, fue en el sofá de su casa de madera, no en su antiguo asiento de abono en La Rosaleda. «Y eso a mi abuelo le duele en el alma, aunque no lo reconozca ni quiera hablar del tema», confiesa uno de sus nietos, Bernardo.
Otro fútbol
Bernardi, a sus años, conserva la vitalidad. No para un segundo. Habla de sus tiempos, de otro Málaga. «Todo ha cambiado en el fútbol. Y el club, el primero. Ahora es diferente, para bien. Más moderno. Y, lo más, importante, tiene dinero. Yo siempre he dicho que la diferencia del Madrid y del Barcelona con los demás es el dinero. Ellos tienen mucho y marcan las diferencias porque pueden fichar y pagar a los mejores jugadores», reflexiona.
¿Y cómo ve al Málaga Bernardi? «Bien, muy bien, pero no soy tan optimista como todo el mundo. Hay que tener cuidado, porque eso de jugar la Champions a las primeras de cambio no es nada fácil. Ahí están Valencia, Atlético, Sevilla o Villarreal con grandísimos equipos y más experiencia», cuenta. «Yo me conformaría con jugar en Europa siendo sextos».
Vivió tiempos duros en el Málaga. «Éramos el equipo ascensor», dice. No le falta razón. En sus 12 temporadas con el primer equipo, tras militar dos años, en juveniles, con El Rosaleda, y otros tantos con el filial, el Atlético Malagueño, sólo disputó dos temporadas en Primera División: 1954/55 y 1962/63. Las demás, desde la 1953/54, cuando debutó en La Condomina, en Murcia, hasta que colgó las botas en 1964/65, discurrieron por Segunda. Incluso un año, en la campaña 1959/60, el CD Málaga dio con sus huesos en Tercera. «Pero cuando Tercera era Tercera», advierte, «con Almería, Betis o Xerez».
Los que le han visto jugar hablan maravillas de él. Cuentan que era habilidoso, muy rápido, con gol y magia en las botas. Era extremo izquierdo, cuando al fútbol se jugaban con tres defensas, dos centrocampistas y cinco puntas. «En todos mis años en el Málaga me quedo con la delantera que formábamos Otiñano, Velázquez, Pepillo, Chuzo y yo».
Le cuesta identificarse con un jugador de la época actual, aunque tiene claro quién es su favorito: Cristiano. «Tiene fuerza, es rápido, tiene gol... lo tiene todo». Es un admirador de su fútbol.
Guarda contacto aún con los jugadores de su quinta. «Cada vez vamos quedando menos», se resigna. Es ley de vida. Los veteranos del club organizan comidas esporádicamente, a la que acuden todos los afiliados. Bernardi ha dejado de ir en las últimas ocasiones porque dice que le trae demasiados recuerdos. De excompañeros que ya no están.
Recuerdos duros
«Pipi, Patricio, Del Río, Carrillo, Madariaga... muchos han muerto ya. Y yo voy, me siento allí con todos, cada vez más jóvenes, de otros tiempos a los míos, y los echo mucho de menos. Se lo he dicho a Antonio Benítez y Ben Barek, que suelen organizarla, y que todavía están ahí dentro del club, de los jugadores de mi época».
La irregularidad del Málaga le privó de alcanzar cotas más altas. Acudir en aquella época a la selección nacional era muy complicado. En su puesto de extremo izquierdo tenía una feroz competencia: Gento (Real Madrid), Gaínza (Athletic) o Collar (Atlético). «Era muy difícil, pero jamás olvidaré que el Real Madrid vino a buscarme. Zárraga, que luego vino a Málaga, le entrenaba, y vino a verme tres o cuatro partidos. Al final no se decidieron, pero me confesó que estuvieron a punto de hacerme una oferta».
Humilde y de voz sosegada, al verle no hace falta imaginarse mucho cómo era hace 40 años. Conserva su figura. «Antes pesaba 75 kilos y mido 1,76 metros. No he ganado demasiado peso, me mantengo bien. Yo era delgado, aunque estaba fuerte. En aquella época los centrales medían cada uno más de 1,90 y eran muy duros, muy fuertes, y pegaban mucho».
Tiene el honor de haber sido uno de los grandes goleadores en la historia del club. Sólo le supera otro mítico, Bazán, que alcanzó incluso la internacionalidad. «Yo también marcaba muchos goles, y me gustaba darlos. Ten en cuenta que incluso yo era el encargado de tirar todos los penaltis. Siempre tuve la confianza de mis entrenadores y no me pude quejar».
Son los recuerdos de una leyenda del malaguismo. Un jugador que militó toda su vida, desde que entró con 14 años en el CD Málaga, salvo varios meses en el epílogo, cuando fichó por el Xerez y regresó a casa porque no podía soportar vivir lejos de su tierra y su gente.
Malaguista de los pies a la cabeza, cuando no piensa en fútbol, construye casas diminutas para sus nietos. Cuando, se despide, pasa junto a una y dice: «Tengo que repasarla, la pintura está desgastada». La casa, a rayas, está pintada... en blanco y azul.
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